
A medida que los líderes de la zona euro se enfrentan a una creciente incertidumbre en los mercados financieros sobre las finanzas públicas de Grecia y otros Estados miembros, sus declaraciones, aunque un poco vagas, ponen de relieve una cuestión mucho más amplia, que obligará a las empresas e inversionistas a cuestionar sus supuestos sobre el ambiente económico, financiero y político de Europa.
Primero, obviemos un poderoso mito. Los problemas de Grecia han alentado a algunos a preguntarse abiertamente si la zona euro podrá superar sus crecientes desequilibrios internos.
El euro se creó en parte para reforzar la eficiencia del mercado interior y evitar la volatilidad de la moneda. No obstante, también es el producto de una convicción profundamente arraigada de que las instituciones transnacionales y la interdependencia económica han contribuido a establecer y mantener la paz en el continente en las últimas seis décadas. En un mundo de instituciones multilaterales débiles -incluido el G-20- es más importante que nunca que los gobiernos de la zona euro fortalezcan su influencia colectiva en un ambiente global incierto, sin precedentes y competitivo.
Para los Estados miembros, la zona euro sencillamente es demasiado importante como para fracasar. Ello significa que las soluciones a los numerosos problemas a que ahora se enfrentan requerirán un ajuste en la manera en que cada uno grava y gasta. Es complicado comprender la creciente importancia de la política fiscal debido a la confusión sobre la forma en que varios gobiernos de la zona euro toman decisiones políticas, un proceso que se basa en una compleja mezcla de factores institucionales poco claros y siempre cambiantes, y la dinámica de la política interna, que varía considerablemente de un país a otro.
Esta es la nueva realidad de Europa, no una falla momentánea de la situación normal. La ausencia de un marco estable obligará a los inversionistas a repensar sus decisiones de asignación de activos y apreciación del riesgo.
Estos cambios serán graduales, persistentes y menos predecibles de lo que los inversionistas habían llegado a esperar durante la calma engañosa de la primera década del euro, cuando el establecimiento de la unión monetaria, junto con la ampliación de la UE y la liberalización, parecía haber creado un ambiente benigno y estable.
Finalmente, los cambios de política notables y duraderos no estarán limitados a los países en dificultades financieras apremiantes. La política fiscal alemana pronto podría ser muy diferente del forzado déficit cero que prevaleció durante la gran coalición que gobernó del 2005 al 2009. Durante ese periodo, los sectores a favor de la reducción del déficit tanto entre los socialdemócratas como entre los democratacristianos se aliaron para repeler las presiones de otras facciones en sus respectivos partidos para hacer un cambio de política.
Dicha estructura no existe más. Ahora, la derecha quiere recortes de impuestos y la izquierda, que hoy se está reconstituyendo, puede presionar por un gasto mayor. Nadie piensa que Alemania está en riesgo de impago, pero los inversionistas pasan por alto este tipo de cambio de política por su cuenta y riesgo. Después de todo, un cambio significativo de dirección en la política de la economía más grande de la zona euro podría tener un efecto mucho mayor en la unión monetaria que los acontecimientos en Grecia.
Visto el conflicto interno por los impuestos y el gasto, tal vez Alemania, no Grecia, se convierta en el primer país de la zona euro que atestigüe la caída de un gobierno.
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